miércoles, 17 de abril de 2013

¿Discutir o no discutir en pareja?...¡Ésa es la cuestión!



Algunas personas escuchan la palabra "discusión" en la pareja y huyen despavoridas, intentan evitarla a toda costa, piensan que significa el fin. Sin embargo, otras parece que están constantemente buscando esos enfrentamientos. Quizás, es porque se tiene una percepción distinta sobre lo que es una discusión.


Si entendemos que el objetivo de un conflicto es hacerle saber a la otra persona las emociones y sentimientos que me ha generado una circunstancia concreta, no hay nada de malo en "discutir". De hecho, una discusión siempre debería tener esa finalidad. Sin embargo, si se utiliza para "ganar" sobre otra persona o se repite sistemáticamente sobre un mismo tema, ya sí que hay connotaciones negativas.


En ocasiones, hemos de señalar que lo que para uno puede ser un enfado, para el otro miembro de la pareja simplemente significa una forma de expresar emociones diferente.


Como sabemos, además, en el ámbito de los sexos, hombres y mujeres no nos manejamos igual en el plano comunicativo y emocional y, por ejemplo, mientras que para ellas la comunicación es balsámica y hablar de los problemas es importante, para ellos, hablar de un problema para el que no tenemos una solución concreta e inmediata es treméndamente ansiógeno. De ahí, que sean ellos, generalmente, quienes más eviten los conflictos en pareja.


¿Por qué se piensa que "discutir" es negativo? Hoy en día, tenemos una especie de visión idílica de las relaciones, tanto de las relaciones de pareja como de las relaciones humanas. Creemos que deben ser de un modo determinado: cordiales, siempre positivas y que todo tiene que "andar sobre ruedas".
Sin embargo, la vida cotidiana está llena de conflictos y encontronazos y hemos de aprender, no tanto a no discutir, sino a ser capaces de resolver estas diferencias. Está claro que el conflicto (bien entendido) hace crecer a una pareja.




Lo que marca la calidad de una pareja no es la cantidad de discusiones que tenga, sino la capacidad que ambos miembros de la pareja tengan para resolverlas. Por ejemplo, hay parejas que nunca discuten, hasta que un día lo hacen y rompen la relación. O, por el contrario, parejas que llevan muchísimos años juntas y se han peleado prácticamente todos los días de su vida.
Por lo tanto, no es que discutir sea positivo ni negativo, sino que tenemos que aprender a manejarlo.


¿Dónde estaría el límite de todas estas "peleas"?:  Está claro que, en ocasiones, se puede subir el tono, se puede ser más o menos expresivo al hablar de emociones o sentimientos, pero sin duda, el límite son las faltas de respeto o que ciertas expresiones puedan ser vividas como tal por la otra persona.

Por eso, debemos trabajar el autocontrol, pero dando siempre permiso a que la ira exista. Es decir, a veces damos consejos a las parejas sobre lo que tienen o no tienen que hacer pero no les ayudamos a canalizar lo que es la insatisfacción de la vida cotidiana y esto es tan importante o más que lo anterior.


¿Cuáles son las causas más frecuentes de discusiones en la pareja?: transiciones y cambios en los momentos vitales, en las circunstancias de la pareja (por ejemplo, cuando se pasa del noviazgo a la convivencia permanente), las familias de origen y los límites, los celos...



Como curiosidad, Aaron Ben Ze'ev en su artículo "Jealousy and Romantic Love" publicado en "The Handbook of Jealosy" afirma que el período posterior a una discusión causada por los celos suele estar marcado por el aumento de la pasión. (¡Claro, claro, por eso hay parejas que "se enganchan" a las discusiones...!)












martes, 2 de abril de 2013

La sexualidad tras la llegada del primer hijo/a

A lo largo de la vida de las personas existen muchas decisiones que tomar, decisiones importantes que pueden cambiar el desarrollo de los acontecimientos vitales. Una de estas decisiones es tener o no descendencia. Como todos sabemos, tan respetable y valiosa es una opción como otra.
 
Es cierto que existen múltiples posibilidades si la decisión es sí tenerla: tener hijos en pareja o una persona sola, adoptar, embarazarse de manera natural o por inseminación artificial...
 
Pero lo que sí hemos de tener claro es que va a cambiar nuestra vida, y sobre todo, nuestra vida en pareja (si es ésta nuestra situación). Y, por tanto, hemos de tenerlo en cuenta a la hora de tomar una decisión.
 
En ocasiones, el tema de la sexualidad tras el parto ha sido un gran tabú. En efecto, se da por hecho que, especialmente la mujer (aunque también el hombre), ya no es mujer "deseante" y "deseada", sino "madre". Y que además ha de ser una madre ejemplar, modelo. ¿Qué pasa cuando no se cumplen las expectativas sociales?
 
¿Cuáles son los cambios que se producen tras la llegada del hijo/a? Fundamentalmente, podemos señalar cambios de dos tipos:
 
  • Unos más físicos: Que se van a dar siempre y cuando se hayan tenido hijos biológicos y, por tanto, haya habido embarazo y parto por parte de la mujer. Se dan, por tanto, en ella, aunque repercuten en ambos miembros de la pareja: cambios corporales durante el embarazo (que pueden repercutir en la imagen corporal de ella y en el deseo de ambos), cambios hormonales (por ejemplo, durante el período de lactancia, la mujer genera prolactina y ésta se sabe que puede estar relacionada con el descenso de deseo erótico), recuperación tras el parto (si el parto ha sido vía vaginal y, especialmente si ha habido episiotomía, se va a necesitar un tiempo de recuperación posterior durante el cual no es posible practicar el coito, aunque sí otras prácticas eróticas).
    • Y otros de corte más relacional: Éstos sí que afectan también al otro miembro de la pareja y se dan de igual modo en personas que adoptan. En primer lugar, se cambia el enfoque, la atención ya no se centra tanto en la pareja y en la relación de pareja como amantes, sino en el bebé. El cansancio propio de esta etapa, sobre todo durante los primeros meses, derivado de la atención constante que necesita el bebé, obliga a buscar momentos de descanso más que de ocio o de vida en pareja. Nuestras prioridades son otras. Se han de reorganizar también tiempos y espacios (tanto solos como en pareja). Se ha de gestionar la nueva convivencia y también los accesos a la erótica. Todas estas tareas no son fáciles y requieren de esfuerzo, sacrificio y adaptación por parte de ambos miembros. Si se superan y se abordan positivamente, pueden crear sinergias y fortalecer el vínculo afectivo entre los componentes de la pareja, pero hay personas que no se adaptan a esta nueva situación, de ahí que la tasa de separaciones tras el primer año de llegada del primer hijo, se dispare.
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    ¿Cómo van a afectar estos cambios en nuestra erótica? Lo más característico es oír hablar de una etapa de disminución del deseo, sobre todo en las mujeres, aunque cada vez más, también en los hombres. Como nuestras prioridades son otras, estamos "hipotecando" de alguna manera nuestro deseo, pero hay que dejar unos tiempos, pues el objetivo es que, tras este primer período de adaptación, se vuelva un poco a la situación anterior a la llegada del bebé. Tenemos que permitirnos no tener deseo u obligaciones en el ámbito de la relación.
     
     
    Es necesario concretar también a qué nos referimos con disminución del deseo, pues seguramente habrá prácticas que no apetecerán nada (sobre todo el coito, cuando la mujer tenga que recuperarse tras el parto). Pero, afortunadamente, la erótica es mucho más que coito y genitalidad, y esta nueva situación puede ayudarnos a reinventar nuestra erótica. Tenemos que seguir besándonos, acariciándonos, tocándonos, es decir, desarrollando todo un abanico de prácticas que permiten cercanía, vinculación y placer.
     
     
     
    En definitiva, lo importante no es tener o no relaciones eróticas, no es recuperarlas lo antes posible, ni la cantidad de las mismas, sino adaptarnos a la nueva situación de tal modo que estemos satisfechos, que fortalezcamos los vínculos afectivos, nos enriquezcamos y podamos expresar nuestra erótica de manera satisfactoria acorde al momento evolutivo que estamos viviendo.